Mongol Rally. Capítulo 5: IRÁN Y SU GENTE

Irán fue un auténtico descubrimiento. Llegamos a la frontera muy pronto, habíamos quedado con un hombre que se llama Hossein que nos estaba esperando allí y nos tenía que dar el permiso para entrar a Irán en coche. Nos advirtió que llegáramos los primeros porque sino todo se demoraría mucho. 

Allí nos encontramos con otros equipos del Rally, fue una alegría encontrarnos con tanta gente en la misma situación, podríamos compartir experiencias, dudas y sobretodo unificar fuerzas para que nos dejaran pasar. Nos dimos cuenta de que no éramos lo únicos que habíamos contactado con Hossein, muchos otros equipos también habían dado con él a través de internet. Era un hombre de unos 70 años, con pelo blanco, ligero y atrevido, que había trabajado durante mucho tiempo en la frontera y sabía perfectamente cómo funcionaba todo. 

¿Cuál era exactamente su misión? Pues bien, para poder entrar en Irán con un vehículo es necesario tener un documento llamado “carnet du passage” que es básicamente el visado para el coche. El trámite se debe gestionar en tu país a través de una compañía de seguros, y en España, la única opción es RACE, pero es muy caro y requiere mucha burocracia: una fianza por el valor del coche y varios documentos notariales además del precio del carnet de 250€.

¿Cómo se gana la vida Hossein? Tan sencillo que esperando a la gente en la aduana, encargándose de que te dejen entrar. Ya sabe a quién tiene que darle una parte del pastel. Así que tras cinco horas esperando en la frontera, un ir y venir de personas con traje firmándonos documentos para entrar, finalmente lo conseguimos. 

Allí conocimos a los que más tarde fueron nuestros compañeros de este Rally, Luke y Josh. Ellos venían de Nueva Zelanda, y los dos habían escogido pasar las vacaciones haciendo el Mongol Rally. Son dos personas que admiramos por su positividad y valentía, y por sus ganas incansables de vivir la vida sin límites. Procedentes de un país donde la naturaleza es lo que predomina, se habían atrevido a vivir una aventura a motor, fuera de su zona de confort. Eso sí, llevaron consigo dos cascos de escalada y una cuerda, por si acaso encontraban algo en el camino que pudieran escalar. 

Teníamos siete días para recorrer Irán y demasiados atractivos turísticos en un país muy grande y con carreteras no muy buenas; además nos sentíamos cansados de conducir así que decidimos tomar la ruta norte, más corta y más verde. Luke y Josh decidieron tomar la ruta más larga, pero acordamos mantenernos en contacto. 

Nosotros decidimos dejar para otra ocasión las ciudades más importantes, localizadas en el centro y el sur del país. Nunca me podría haber imaginado lo caótico que llegó a ser conducir en ese país sin apenas normas de conducción. No sé como, pero tampoco creo que fuera casualidad alojarnos en casa de Maryam, una iraní que había construido su propio universo en su terreno, entre montañas y el mar caspio. 

Maryam seguía las tradiciones musulmanas, pero era una de esas personas reales, que llevaban la religión con armonía, amor y paz hacía los demás. Permitió que nos sintiéramos libres de vestirnos como quisiéramos. Ella nos enseñó muchas cosas sobre la cultura musulmana y sobre las creencias. Fue un regalo conocerla, y por suerte todavía seguimos en contacto. 

No solo fue Maryam, sino que por donde pasábamos nos acogían con sonrisas. Fueron muchas las veces que andando por la calle nos decían “Welcome to Iran!” o nos invitaban a tomar té, nos regalaban pan o bolsas llenas de frutas.

Más tarde, nos alojamos en casa de Mooji, un joven profesor de universidad que nos recibió con todo su amor. Resultó que tenía a varios familiares de visita en su casa, así que nos envió a casa unos amigos, Mahdieh y su marido que nos acogieron como si nos hubiéramos conocido desde siempre. Mooji, que resultó ser una persona divertidísima, vino después de cenar y se quedó a dormir también con nosotros. Esa noche también fue muy especial, Mooji tocó varios instrumentos tradicionales y Mahdieh nos enseñó fotos y vídeos de su boda hasta las dos de la mañana. Una boda en Irán es toda una experiencia que daría para varios posts.

Irán no fue el mejor lugar para acampar, los paisajes del norte eran preciosos, y alternaba el calor extremo con el frío estival y lluvias por las noches. Utilizamos los saco sábanas para dormir encima de las camas, y cocinamos verduras frescas y productos de proximidad. Irán fue un país para probar y conocer cosas nuevas, para vivir de primera mano una cultura muy diferente a la nuestra y para reflexionar sobre nuestra manera de vivir y ver la vida. Recuerdo, que fueron muchas, las reflexiones diarias sobre libertad, sencillez, amor y los viajes. 

Gracias Irán, porque nos recibiste con los brazos abiertos y nos despedimos con nuestros mejores deseos. Sin duda alguna volveremos a verte, pero no será en coche.

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