El Mongol Rally. Capítulo 9: CADA VEZ MÁS CERCA DE MONGOLIA
12.000 KILÓMETROS. LLEGAMOS A KIRGUISTÁN.
Una vez llegamos a Kirguistán, las montañas, las yurtas y los nómadas fueron dejando paso a una gran planicie. Pasamos de un clima frío a un calor agobiante. Es en Osh, una ciudad al sudoeste de Kirguistán donde oficialmente acaba la carretera del Pamir. Osh es de las ciudades más ancestrales de la región, por su posición como importante cruce de comerciantes durante la época de la Ruta de la Seda, por su amplia mezcla cultural de gente y por su mercado, que continúa siendo el mayor mercado al aire libre de toda Asia Central. Sus productos manufacturados llegan de China, como en tiempos de la Ruta de la Seda, si bien las baratijas y el plástico han sustituido a los elaborados y valiosos tejidos. Cambian las mercancías, pero permanece la vitalidad y la buena salud mercantil.
Recuerdo ver como las calles se inundaron de coches, atascos, semáforos y pitidos. Osh fue una de aquellas paradas que quizás deberíamos no haber priorizado. No había nada que pudiera sorprendernos después de esos intensos diez días, cruzando montañas y durmiendo como nómadas a más de 3500m de altitud. La ciudad nos agobió, paseamos por su mercado, pero no nos sentíamos cómodos con tanta gente, así que impacientes por salir de ahí, retomamos el camino hacia el norte.
NOS DESVIAMOS HASTA ARSLANBOB
Fue un día muy largo en el coche, queríamos buscar un lugar donde pasar un par de días sin conducir. Y así fue como encontramos Arslanbob, un pequeño pueblo en la montaña, a tres horas de Osh. Nos tuvimos que desviar varias horas de la ruta hacia el norte, pero no nos importó si a cambio estaríamos cerca de las montañas de nuevo, poder hacer alguna excursión por la zona, descansar, pasear por el pueblo tranquilamente y disfrutar de las noches frescas y estrelladas.
Más allá del pueblo, continuamos por un carril de tierra varios kilómetros, hasta a una Guesthouse, la Friendship Guesthouse.
Husnidin, el dueño del lugar, era guía de montaña, no solo de la zona sino que había trabajado por todo el mundo, en los Alpes, en los Himalayas, en los Andes… Y desde hacía unos años había decidido bajar el ritmo para pasar más tiempo con su família, y alquilar algunas habitaciones de su casa a los pocos viajeros que llegan al lugar.
Pasamos horas hablando con él, escuchando su historia, haciéndole todo tipo de preguntas cuál niño ansioso de escuchar un cuento antes de irse a la cama. Había tardado quince años en construir aquella casa. La fue construyendo a medida que ahorraba algo de dinero. Primero hizo una planta, años más tarde levantó una segunda y con sus propias manos fue dándole forma.
Todo el terreno alrededor de la casa era un gran huerto donde cosechaba todo cuanto necesitaban él, su mujer, su hija y sus tres nietos, que vivían con ellos mientras el padre pasaba seis meses al año en Rusia trabajando. Hacía un par de años, un alemán aficionado al vino que también se hospedó ahí, le propuso hacer su propia cosecha. Le explicó todo lo que necesitaba para empezar, y poco a poco fue poniéndolo en práctica, a base del método infalible de prueba y error. No nos podíamos ir de allí sin probarlo, así que durante la cena nos lo ofreció, y pasamos un buen rato juntos.
THE HOLY ROCK
Al día siguiente, siguiendo las instrucciones y consejos de Husnidin, hicimos una ruta de todo el día hasta la Holy Rock, el icono de aquella zona. El sol y las altas temperaturas y el esfuerzo me dejó K.O y para cuando alcanzamos la cima 5 horas después de partir, estaba mareado y pálido. Encontrar en el camino de vuelta esta balsa natural fue un regalo que me volvió a llenar de energía.
PRÓXIMA PARADA: KAZAJISTÁN
Una nueva despedida volvió a marcar el inicio del día, todavía quedaba mucho hasta Mongolia y las fechas de los visados hacían que a menudo sintiéramos cierta prisa por seguir avanzando.
Pasaron tres días hasta que llegamos a la capital, Bishkek, un auténtico caos, llegar al centro de la ciudad nos costó unas tres horas. Encontramos un hostel para pasar la noche, para así al día siguiente cruzar pronto la frontera hacia Kazajistán . Un chico americano que nos encontramos en el hostel nos advirtió, que debíamos madrugar mucho para evitar perder todo el día en la aduana. Llegamos a las siete de la mañana, pensando que íbamos tarde, pero apenas tardamos media hora en cruzar al otro lado.
Algo peculiar de esa aduana es que te hacen pasar el coche por un arco gigante de rayos X, y mientras esperaba mi turno, un militar se acercó para chequear el maletero y hacerme varias preguntas. Al ver los cartuchos de la cámara Instax me preguntaron qué era eso y en lugar de intentar explicárselo, saqué la cámara y les hice una foto. Al ver que poco a poco se revelaba la imagen se pusieron tan contentos, que llamaron a un par de compañeros para hacerse alguna foto más, y dándome las gracias con una gran sonrisa me pusieron el sello de “registrado”.
Fue Kazajistán el país que menos me emocionó, sus largas carreteras llenas de agujeros, solo nos permitían avanzar a 10km/h, los días se hacían eternos. El paisaje era monótono y envejecido, los pueblos por los que pasábamos eran tristes y apagados. Y la policía del país era corrupta y la gente poco generosa en sonrisas. Cuatro días en los que llegamos al límite en muchas ocasiones, esa experiencia nos puso a prueba individualmente y como pareja.
NUESTRO PRIMER SOBORNO
Aquí vivimos nuestro único soborno a unos policías en los cinco meses de viaje. Llegados a cierta rotonda muy mal indicada que apenas se veía, un coche patrulla nos esperó escondido detrás de un gran árbol sabiendo, que cada agosto pasan unos 300 coches extranjeros camino a Mongolia.
Lo primero que nos pidieron fue el pasaporte y el permiso de circulación del coche. Una vez lo tuvieron en sus manos, nos escribieron en la calculadora de su móvil “400”, dólares, claro. Nosotros no sabíamos cómo salir de ahí, nos dijeron que si no teníamos efectivo, que había un cajero a más de 100 kilómetros. Por suerte, íbamos preparados para este tipo de situaciones. En la nuestra cartera dejamos solo un billete de veinte dólares y dos de un dólar en nuestra cartera, escondiendo el resto del dinero en otros sitios del coche, además de varios paquetes de tabaco. Nosotros les hablamos en castellano sin hacer ningún esfuerzo por entendernos en inglés, ni usar un traductor. Con mucha paciencia y tiempo, cosa que a ellos no les gustó, acabaron cogiéndonos los veinte dólares y algunos paquetes de tabaco, y rápidamente nos dejaron ir. Más tarde supimos, que otros equipos habían pagado entre 200 y 400 dólares en el mismo lugar, a los mismo policías. Una anécdota más que ahora recordamos entre risas, pero que nos llenó de rabia en aquel momento, queriendo salir lo antes posible de ese país.
Sobre los sobornos y otrs consejos muy prácticos, le dedicaré un post entero, porque aprendimos muchísimo. Y aunque a priori temíamos bastante que llegara ese momento, tras varios consejos de otros equipos y nuestra propia experiencia, nos lo tomábamos más como un reto: Vamos a ver cuanto conseguimos darles esta vez…
Las montañas del Altai, la bienvenida a Rusia.
Fue en el norte de Kazajistán a punto de entrar a Rusia, cuando el paisaje empezó a cambiar, empezaban a alzarse los grandes cerros de las montañas del Altair y aparecían arbustos a lado y lado de la carretera.
Pasamos solo dos noches, una de ellas en Barnaul, la ciudad más cercana, y otro a seis horas de la frontera con Mongolia, al lado de un río.
Por fin llegábamos a Mongolia… lo habíamos visto tan lejos durante tantos meses antes del Rally y durante. Nos sentíamos simplemente eufóricos por estar tan cerca.