Marruecos

Día 1: Marrakesch – Zerkten (79,5km +1365m)


El bullicio de Marrakech me rodeaba, con sus colores vibrantes, sus olores intensos y el constante murmullo de una ciudad que nunca duerme. Pero en ese momento, todo eso quedó en segundo plano. Mi atención estaba centrada en esa caja de cartón que, con su peso y tamaño, parecía desafiar las leyes de la física. Y, por supuesto, en las dudas que, como sombras, se cernían sobre mí.

La historia de cómo llegué a ese punto era una mezcla de impulsividad, suerte y una buena dosis de locura. Todo comenzó en Lofoten, con una compra impulsiva en Wallapop. Una bicicleta de segunda mano que, en las fotos, parecía perfecta para la aventura que tenía en mente. Pero, como suele pasar con las compras online, no sabes lo que tienes hasta que lo tienes en tus manos. Y yo no tuve esa oportunidad hasta que aterricé en Barcelona, con el reloj corriendo en contra y una lista interminable de cosas por hacer.

Los días en Barcelona pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Entre ajustes de la bicicleta, compras de última hora y la espera interminable por un pedido que parecía no querer llegar, apenas tuve tiempo para respirar. Pero, en medio del caos, hubo un momento de claridad. Ese momento en el que, con la bicicleta cargada y lista, salí a recorrer las calles de Barcelona.

El peso de la bicicleta, con sus 50kg, era una bestia. Cada pedalada era un recordatorio de la locura que estaba por emprender. Pero, en lugar de desanimarme, esa sensación de peso se convirtió en una especie de medalla de honor. Era el peso de la aventura, de la incertidumbre, de los sueños por cumplir.

Y así, con el corazón lleno de emoción y las manos llenas de herramientas, volví a desmontar la bicicleta y a guardarla en su caja. Marrakech me esperaba, con sus desafíos, sus sorpresas y sus historias. Y yo, con una sonrisa en el rostro y una chispa en la mirada, estaba listo para enfrentarlos.

A medida que avanzaba por las calles de Marrakech, cada paso me sumergía más en su esencia. Los zocos estaban llenos de vendedores que ofrecían desde especias hasta joyas, cada uno con una historia que contar. Los niños corrían jugando entre los puestos, las voces de los comerciantes se elevaban en un coro de ofertas y las melodías de los músicos callejeros flotaban en el aire.

A pesar de la abrumadora belleza y caos de la ciudad, no podía evitar pensar en mi bicicleta, guardada en esa caja de cartón. Era mi boleto a la libertad, mi compañera en esta aventura. Y aunque Marrakech tenía mucho que ofrecer, sabía que mi verdadero viaje comenzaría una vez que la montara y saliera a la carretera.

Mientras caminaba, me encontré con un café tradicional. Decidí sentarme y disfrutar de un té de menta, tratando de asimilar todo lo que había vivido en tan poco tiempo. Desde la compra impulsiva en Lofoten hasta los frenéticos días en Barcelona, todo parecía un sueño.

Mientras saboreaba mi té, un anciano se sentó a mi lado. Con una sonrisa amable, comenzó a contarme historias de Marrakech, de sus montañas, sus desiertos y su gente. Me habló de los ciclistas que, como yo, habían pasado por la ciudad, cada uno con su propia historia, su propio destino.

Esa conversación con el anciano fue un recordatorio de por qué había decidido emprender este viaje. No solo era por la aventura o el desafío, sino por las conexiones humanas, las historias compartidas y las experiencias vividas.

Con renovado entusiasmo, decidí que al día siguiente montaría mi bicicleta y comenzaría mi travesía por Marruecos. No sabía qué me esperaba, pero estaba listo para descubrirlo. Con el corazón lleno de gratitud y la mente abierta a lo desconocido, me sumergí en el sueño, emocionado por lo que vendría.

El aire fresco de la mañana acariciaba mi rostro mientras las primeras luces del día comenzaban a iluminar Marrakech. La ciudad, que nunca duerme, mostraba una cara más tranquila en esas primeras horas, con sus calles aún adormecidas y sus mercados apenas comenzando a despertar.

Con cada pedalada, sentía cómo la emoción crecía en mi interior. Era una mezcla de nerviosismo, expectación y una alegría desbordante. Cada giro, cada calle, cada rincón que dejaba atrás marcaba el inicio de una nueva etapa en mi vida. Y aunque había viajado antes, nunca de esta manera, nunca con esta libertad y conexión con el entorno.

El GPS se convirtió en mi copiloto, guiándome a través del laberinto de calles y plazas, mientras yo me dejaba llevar por las sensaciones. La euforia era tal que no podía contenerme. Cada vez que cruzaba con un local, ya fuera un vendedor ambulante, un niño camino a la escuela o una abuela sentada en su puerta, no podía evitar saludar con un entusiasta «¡Bon journé!».

Sus reacciones eran variadas: algunos me devolvían el saludo con una sonrisa, otros me miraban con sorpresa y curiosidad, y algunos simplemente asentían con la cabeza. Pero cada interacción, por breve que fuera, me conectaba con la esencia de Marruecos, con su gente y su cultura.

A medida que me alejaba del centro, el paisaje comenzaba a cambiar. Las construcciones densas daban paso a campos abiertos y pequeños pueblos. El sonido del tráfico se desvanecía, reemplazado por el canto de los pájaros y el murmullo del viento.

Sabía que me esperaban muchos desafíos, muchas montañas por subir y valles por cruzar. Pero en ese momento, con el mundo extendiéndose ante mí y la libertad de la carretera llamándome, todo parecía posible. Y con un corazón rebosante de gratitud y aventura, continué mi viaje, listo para descubrir lo que Marruecos tenía reservado para mí.

Regenerate

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Desde Marrakech hasta Zerkten, 79,5km se desplegaron ante mí, con un desnivel que desafiaba cada músculo de mi cuerpo. Aunque los primeros tramos fluyeron con la energía del inicio, al llegar a «Arba Tighedouine», el cansancio comenzó a hacer mella. Sin embargo, los últimos 25km me regalaron el Marruecos que anhelaba: un paisaje rural y auténtico, donde pequeños pueblos y campos de cultivo pintaban un cuadro de vida sencilla y genuina. Al final del día, exhausto pero con el corazón lleno, llegué a Zerkten, sabiendo que había comenzado una verdadera aventura.

MI PRIMERA LECIÓN

El crepúsculo caía sobre Marruecos, y con él, una sensación de inquietud se apoderaba de mí. El camino que debía llevarme a un refugio parecía interminable. En mi trayecto, grupos de niños jugaban en la vía, y al verme, sus juegos se tornaban en intentos de detenerme. Sus rostros no eran precisamente acogedores, y sus gritos y piedras lanzadas en mi dirección solo aumentaban mi ansiedad. Afortunadamente, logré esquivar cada obstáculo.

Cuando finalmente encontré asfalto bajo mis ruedas, mi alivio fue efímero. Aquello no era el pueblo que esperaba, sino apenas un par de construcciones y un modesto restaurante. Con la esperanza de encontrar un lugar donde pasar la noche, entré a preguntar. Sin embargo, la solución que me ofrecieron no era la que esperaba: «Monta tu tienda, aquí es seguro», me aseguraron, notando mi reticencia.

A pesar de mis reservas, decidí seguir su consejo. Poco después, hallé un rincón escondido junto a un río. Con la única luz de mi linterna, armé mi campamento improvisado, cené algo ligero y me sumí en el sueño.

La noche pasó sin incidentes, y al despertar, me di cuenta de que había superado el primer día de mi travesía por Marruecos, guiado no por el miedo, sino por mi intuición.

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