Dia 10: Explorando la Costa Marroquí
Vagabundeando con mi Bicicleta por el Litoral Marroquí
Después de haber desvelado los misterios arenosos del desierto de Merzouga, mi bicicleta, que se había convertido en mi más fiel cómplice, y yo cambiamos de escenario. Dejamos atrás los tonos ocres del desierto para abrazar el espectáculo cromático del litoral marroquí. Taghazout fue la primera pausa, aunque inicialmente me desencantó con su exceso de turismo descontrolado: tiendas de surf, recuerdos y selfies invadiendo lo que debería haber sido una tranquila playa. Sin embargo, al refugiarme en un hostal económico y empaparme del ritmo lento del mar, sentí cómo mi alma se revitalizaba. Cámara en mano, la playa se convirtió en mi estudio fotográfico, y las olas eran mi melódico fondo musical.
El día siguiente me encontró en ruta hacia Imsouane, donde Flo, mi camarada en la primera parte de esta aventura, me esperaría. Aunque el viento soplaba en contra, como queriendo probarme, encontré un oasis en un platillo de lentejas que me fue servido en un rincón perdido de la geografía. Con un espíritu rejuvenecido, retomé el viaje, un tira y afloja con el viento que se convirtió en un duelo poético.
Imsouane era una sinfonía para surfistas. El océano dibujaba olas como pinceladas, largas y suaves, el sueño de cualquier novato. Allí, disfrutando de un café en un improvisado mirador, volví a sentir el abrazo del mundo en su máxima expresión.
Mi siguiente tramo me llevó a Sidi Kaouki. Aún combatía contra el viento, pero ya con una sensación de aceptación y resiliencia. La esencia de Marruecos seguía capturada en mi lente, carreteras serpenteantes dibujadas en paisajes donde el oleaje y los olivos se daban la mano.
Al llegar a Tafedna, el magnetismo del lugar me detuvo en seco. Un pequeño enclave pesquero, donde la autenticidad se palpaba en el aire. Aquí tuve la oportunidad de ser testigo de la «Tirada de Red,» una técnica de pesca ancestral que la comunidad local ha practicado durante generaciones. Los pescadores, ataviados con ropas tradicionales, despliegan una gran red en el mar y, al cabo de unas horas, la comunidad se reúne para ayudar a tirar de la red y recoger la captura del día. Este acto colectivo, más que una simple faena, es un ritual que simboliza la unión y la dependencia mutua en una tierra donde la naturaleza dicta sus reglas.
Y fue precisamente en ese marco de autenticidad donde me sirvieron un plato de sepia que jamás olvidaré, preparado con especias locales y la habilidad de manos que han heredado recetas de generación en generación. La hospitalidad no conocía fronteras; se sentía en cada gesto, en cada sonrisa.
Mis ruedas finalmente hicieron su última parada en Sidi Kaouki, justo cuando el sol daba su último adiós del día. Allí me esperaban amigos de Lofoten. Tilla, Chister y el pequeño Alfie me saludaron desde una terraza, y juntos compartimos una velada donde las palabras fluyeron como la brisa del mar.
Al día siguiente, el arranque fue titubeante. Una taza de café, un libro y una vista al mar casi me convencen de detener el tiempo. Pero Essaouira me esperaba para cerrar este capítulo, donde la quietud y la introspección tomaron la forma de un masaje en un hammam tradicional.
Dos semanas de un viaje iniciático en bicicleta, que me dejó con la certeza de que no sería, ni por asomo, el último. Este Marruecos, este lienzo de experiencias y sensaciones, se quedó impregnado en mi alma, en espera de futuros trazos. El país no solo me había mostrado su diversidad geográfica y su belleza natural, sino que también me había regalado una mirada íntima a su cultura y sus tradiciones, elementos que, como la Tirada de Red en Tafedna, se entrelazan con el paisaje para contar una historia más rica y más profunda.
Dejé atrás este rincón del mundo con una sensación de gratitud y asombro, sabiendo que había descubierto una tierra que, aunque marcada por el tiempo y la historia, sigue viva en las manos, las voces y los corazones de su gente. Y esa esencia, capturada no solo en mis fotografías sino en mi propia alma, me acompañará en todos los viajes que estén por venir.