Día 8: En Ruta hacia Merzouga: Encuentros Matutinos y el Camino a Cumplir
Ksar ba Tourung – Merzouga (102km +225)
El alba se asoma en Ksar ba Tourung, tiñendo el horizonte de tonos suaves y misteriosos. Las sombras de la noche ceden su lugar a la luz tenue de un nuevo día.
Despierto antes que el sol, me encamino hacia las carpas cercanas. La quietud del amanecer me envuelve mientras aguardo en la tranquilidad del instante. Las carpas albergan sueños pasajeros de otros, testigos silenciosos de la noche que se desvanecen en el amanecer.
Poco a poco, uno de los chicos del albergue también se despierta. La promesa del café caliente se materializa en el hervor del agua sobre el fuego. Me regocijo al tener a mi lado unos sobres de café solubles, un pequeño lujo que cobra un valor inmenso en medio de la travesía.
Disfruto de mi taza de café en compañía de la serenidad mañanera, mientras la quietud se entremezcla con el aroma terroso del desierto.
La calma se interrumpe cuando Flo se une a la mañana. Juntos compartimos un desayuno sencillo pero reconfortante, abriendo un paréntesis en medio del viaje. Sin embargo, la travesía aguarda y, como si fuera el compás de una melodía predestinada, el primer imprevisto del día hace su entrada. La rueda de la bicicleta de Flo sestá pinchada, desafiando nuestra impaciencia por continuar.
La familia francesa que compartió con nosotros la velada anterior y un joven local ofrecen su ayuda, como si el destino mismo conspirara para prolongar ese encuentro compartido. Juntos, con manos hábiles y la paciencia de quien sabe que los caminos imponen su propio ritmo, resolvemos el contratiempo. Finalmente, las ruedas vuelven a girar, despedazando la quietud de la mañana con el crujir de los neumáticos sobre la arena.
Después de ocho jornadas de pedaleo incansable y cerca de 800 kilómetros recorridos, la meta anhelada, como un faro en la distancia, se dibuja en el horizonte. Merzouga, con su promesa de dunas doradas y un encuentro íntimo con el desierto, nos aguarda al final del camino. Cada pedalada, cada desafío y cada amanecer compartido nos acercan un paso más a ese anhelo que ahora se siente palpable, como si el desierto mismo nos guiara hacia su abrazo eterno.
La ciudad de Erfoud queda atrás, una última morada antes de sumergirnos en el vasto lienzo dorado del desierto. El cielo, despejado y sereno, acoge nuestro avance con su abrazo cálido. Las rectas se desdoblan ante nosotros, extendiéndose hasta el horizonte lejano. Entre esa inmensidad, emerge una duna colosal que pareciera esperarnos, como una joya oculta en la arena.
Nuestro encuentro con un grupo de camellos cerca de la imponente Duna de Merzouga nos regala una pausa en el tiempo. Observamos a estas criaturas majestuosas y sus movimientos parsimoniosos, una conexión momentánea con la naturaleza que nos rodea. Sin embargo, la cercanía de Merzouga se hace evidente a medida que avanzamos, manifestándose en las señales de la civilización turística que se despliegan ante nosotros.
Una vez en el centro de Merzouga, la celebración es inminente. Buscamos un rincón para satisfacer nuestro hambre y brindar por el logro alcanzado. Sin embargo, la tarea de encontrar alojamiento no es tan simple como parece. Flo ha descubierto un campamento económico en el desierto, pero la realidad nos confronta con una travesía adicional de casi una hora en bicicleta. Y lo que es aún más desafiante, el terreno arenoso y accidentado se alza como un obstáculo inesperado.
Mientras los rayos del sol se funden con la arena en un espectáculo atemporal, enfrentamos el dilema de la distancia y la oscuridad inminente. Aunque la tensión se apodera de Flo, yo me mantengo sereno, como si cada reto fuera un juego en sí mismo. Mi mente se adhiere al presente, sumergiéndome en la experiencia con gratitud y aceptación.
Cansados pero decididos, nos detenemos frente a un campamento de lujo.
Una conversación con su anfitrión, Mammadou, desencadena un giro inesperado. Nos ofrece un espacio para nuestra tienda de campaña en su recinto, acompañado de alfombras y cojines que adornan el suelo.
Un té caliente y unos dulces se suman a las sorpresas. La noche se viste de magia, mientras nos sentamos en cómodos sofás y compartimos bocados y té con Mammadou. En esta atmósfera encantadora, la autenticidad del momento se revela en toda su plenitud.
Tras un refrescante baño, montamos mi tienda de campaña para Flo. Yo prefiero dormir al aire libre bajo ese cielo estrellado que pinta el desierto de destellos de luz.
Como un regalo celestial, la Vía Láctea se despliega sobre nosotros, recordándonos nuestra pequeñez en este vasto escenario. ¿Qué más podría desear en este día? En medio del silencio nocturno y la inmensidad del desierto, siento una profunda gratitud por lo inesperado, por la autenticidad de cada experiencia vivida y por el simple hecho de estar aquí, en esta esquina del mundo que guarda secretos y maravillas bajo su manto de arena.