Día 9: De Merzouga a Agadir: Cambios de Planes y Nuevos Horizontes
El amanecer en el desierto es un rito sagrado, una danza del sol sobre las dunas que no podemos permitirnos perder. Flo y yo ascendemos una de ellas con prisa, como niños ansiosos por presenciar la magia del sol emergiendo. Sentados en la cima, contemplamos cómo el horizonte se tiñe de tonos cálidos y dorados. Es un momento que trasciende las palabras, una experiencia compartida que sella un instante en el corazón.
El campamento nos acoge un poco más tarde, pero la energía del amanecer nos acompaña mientras recogemos nuestras pertenencias. Fotos con nuestros anfitriones, sonrisas compartidas, y nos ponemos en marcha. Nuestro próximo destino es Ouarzazate, y hemos optado por tomar un autobús para agilizar el viaje. Sin embargo, un giro inesperado nos espera. Al llegar a la estación, el autobús ya ha partido, confrontándonos con un cambio de planes en el acto.
Flexibles y resistentes ante las adversidades, exploramos nuevas opciones. Un taxi privado nos lleva a una ciudad a 40 minutos de distancia, donde aguardamos otro autobús. Los planes siguen evolucionando a medida que nos acercamos a Ouarzazate. La decisión final nos lleva a abordar otro autobús allí mismo, con destino a Agadir, en la costa.
Agadir, un universo en sí mismo, nos recibe en la madrugada. La transición es asombrosa, alejándonos del Marruecos bereber que habíamos experimentado. Nos sumergimos en la vibrante vida urbana, un contraste fascinante. La ciudad se despliega ante mí, y su belleza no pasa desapercibida. En un giro inesperado, Agadir se convierte en un hito de nuestro viaje.
Sin apresuramientos, me acomodo en el paseo marítimo para saborear un desayuno frente al mar antes de continuar. Mi compañero de aventura, Flo, tiene nuevos horizontes en mente, dirigiéndose hacia Imsouane en otro autobús. Yo, por mi parte, elijo una ruta más pausada, pedaleando por la costa hasta Essaouira.
Agadir, un crisol de sensaciones, se revela ante mí. La magnitud de la ciudad contrasta con la intimidad del desierto que dejamos atrás. Mi tiempo en Agadir es un remanso de calma, un oasis de tranquilidad mientras reposo mis piernas y recargo energías. Descubro que, más allá de la agitación turística, la ciudad también guarda rincones serenos.
Con Taghazout en el horizonte, un destino bendecido por olas y surfistas, encuentro mi refugio. Sin embargo, me toma tiempo adaptarme al cambio, a la multitud de turistas que puebla sus calles. Mi alojamiento se convierte en mi santuario, desde donde inicio exploraciones pausadas. La playa me llama, y una taza de café aquí y otra allá me lleva a través del día. La brisa marina y la tranquilidad se convierten en mis compañeras de viaje, mientras me permito el placer de simplemente estar.
Y así, enfrento un nuevo día en este rincón de Marruecos, lleno de maravillas inesperadas y una profunda sensación de libertad que solo un viaje como este puede brindar.