MENORCA EN KAYAK 360º: DÍA 2, 3 Y 4

El primer amanecer

Tras un primer día de adaptación, al amanecer nos pusimos de nuevo en marcha, despertar allí, con esos colores isleños, fue asombroso. Nos despertamos alrededor de las seis de la mañana para empezar a remar a las siete, y así aprovechar el frescor de la mañana y evitar el sol abrasador del mediodía. Mientras uno de nosotros recogía la tienda, los sacos y el resto de cosas, el otro iba preparando el desayuno, que solía ser zumo, avena, cereales, fruta o pan con aceite. Resultó, que ninguna de las dos cocinillas portátiles que llevábamos encajaba con el cartucho de gas, que compramos antes de salir, y tras varios intentos en la búsqueda de uno nuevo, nos dimos por vencidos y comimos cosas frías que comprábamos cada día, ya fuera ensalada, legumbres envasadas, pasta pre cocinada, etc. 

Después de la recogida, tocaba empaquetar todo en las bolsas herméticas que iban en los depósitos interiores y estancos del kayak. 

Cada kayak tiene tres depósitos, dos grandes y uno pequeño. Fue importante que cada cosa estuviera siempre en el mismo lugar, en la misma bolsa, para así no perder tiempo abriéndolas todas. Esto al principio nos costó, no recordábamos quién llevaba qué, ni en qué orden lo dejábamos… habían cosas que utilizábamos varias veces a lo largo del día como; las gafas de bucear, toalla, comida, etc, que iba siempre a mano.

Para una aventura así la organización es muy importante, como también llevar lo básico e imprescindible. Todo lo que lleves tiene que tener un propósito y ser útil para algo en concreto, no sirve el “por si acaso”.

La segunda etapa fueron 25 km hasta una cala cercana al faro de Cavalleria, con una tirada de 4-5 horas por la mañana hasta Fornells, donde paramos en una cala para refugiarnos del sol abrasador del mediodía, y otra salida por la tarde de 3 o 4 horas más.

DÍA 3

Cada día era un nuevo día y un nuevo reto. El tercer día fue largo, recorrimos el norte de la isla; precioso y salvaje, pasamos por infinitos acantilados y rincones encantadores, solitarios, y poco frecuentados, en los que apenas había gente. 

Remar aportaba una sensación de calma y soledad, que encajaba perfectamente con aquellos escenarios. Remamos mucho, sí, pero a cada instante iba con la vista fija en el horizonte disfrutando de estar allí. A veces muy consciente de cada movimiento, otras totalmente evadido pensando en situaciones pasadas o en lo que haríamos al volver a casa, era fácil dejarse llevar por la mente saltarina y estar en cualquier otro lugar.

Ese día aparecieron las primeras rozaduras, se intensificó un dolor en el hombro que comenzó el día anterior y apareció una ligera tendinitis en el codo izquierdo.

Fui consciente de dos cosas ese día, una fue darme cuenta de cómo el cuerpo comunicaba sus puntos débiles, sintiendo dolor y molestias en ciertas zonas poco habituadas a un ejercicio diferente al habitual, y por otro lado, la capacidad del humano a adaptarse a cualquier situación. Después de tres días remando ya no se me hacía extraño ponerme crema del sol cinco veces al día, ni la humedad constante, ni siquiera la sal en el cuerpo las 24 horas, cuando era algo que siempre me había incomodado mucho.

DÍA 4

El cuarto día teníamos la sensación de confianza, como si remar fuera algo que habíamos hecho a menudo. Tres días inmersos en esa actividad las 24 horas hizo que se intensificara la experiencia. Nuestra mente estaba centrada en eso totalmente, desde que nos despertábamos hasta que volvíamos a acampar, nuestras conversaciones giraban en torno al kayak, marea, viento, organizar el día, ponernos protección solar cada pocas horas, buscar calas donde dormir mirando el mapa, calcular tiempos y distancias remando…. Me sigue pareciendo increíble de lo que somos capaces, la capacidad del ser humano para adaptarse a un nuevo entorno.

Ese día fue el último que pasamos en el norte de la isla a los pies de aquellos imponentes acantilados, que desde el agua ganan altura y animan a subirlos para disfrutar de las vistas desde lo alto, y cuando uno está arriba invitan a saltar para disfrutar del mar azul oscuro del Mediterráneo.

Dejar atrás el faro de Cavalleria fue para nosotros todo un logro. Desde el primer día lo veíamos en nuestro mapa plastificado, y siempre lo veíamos tan lejos… Pero ahí estábamos Laura  y yo con nuestros dos kayaks dejándolo atrás para seguir a avanzando.

A media tarde llegamos a Cala Morell, un lugar precioso, que se desveló poco a poco a medida que íbamos adentrándonos, tras pasar la Punta de s’Elefant y una gran colina con bonitas casas blancas frente al mar. 

Encontramos un buen sitio para dejar los kayaks y pasar la noche, pero como los imprevistos surgen sin previo aviso para ponerle a uno a prueba, esa madrugada hubo una gran tormenta eléctrica y cogimos los sacos y las esterillas y salimos deprisa hacia el pueblo para refugiarnos en el porche de un restaurante, donde la tarde anterior habíamos tomado la primera cerveza desde que empezó el reto. La sorpresa fue ver que no éramos los únicos que nos refugiamos allí… 

A la mañana siguiente volvimos al lugar donde estaban los kayaks y la tienda montada para recoger todo y seguir.

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