El Mongol Rally. Capítulo 10: EL RETO SIEMPRE FUE CRUZAR MONGOLIA
LAS MONTAÑAS DORADAS DEL ALTAI
Llegar a Mongolia, para Laura y para mi significaba muchas cosas. Cuántas experiencias habíamos vivido por el camino, noches en tienda de campaña, cuántas comidas a base de arroz con ajo, y cuántas barreras mentales y físicas habíamos superado para llegar con fuerzas hasta allí.
Necesitábamos entrar a Rusia para cruzar a Mongolia, ya que no existe otra forma de entrar desde Kazakstán. Así que, esos dos días en Rusia, nos sirvieron para coger fuerzas. De camino hacia la frontera, la carretera serpenteaba a través del macizo del Altai, una zona de naturaleza y montañas conocida como “las montañas doradas”. El verde resplandecía en cada kilómetro, los cedros y el paisaje natural era precioso. La madera, los bosques y los ríos caracterizan esa zona. Acampamos cerca de un río, recuerdo estar muy feliz, de volver a ver aquellos colores y sentir la humedad de esos bosques.
EL COCHE DE TRES RUEDAS.
Emprendimos el camino bien temprano, y llegamos un poco tarde a la frontera con Mongolia, ahí nos reencontramos con varios participantes del rally, entre ellos, se encontraba «Only fools and Hmmus«, sin duda el equipo más original de esta edición, ¡Iban con un coche de tres ruedas! Nos contaron cómo llegaron hasta ahí, realmente un milagro. Cruzaron la Pamir Highway sin frenos haciendo zig zag para evitar que el coche cogiera velocidad. Por si fuera poco, apenas dormán, y es que pasaban las noches reparando el coche a menudo hasta bien entrada la madrugada, y al ir tan lentos, empezaban a conducir al amanecer para poder avanzar lo suficiente para llegar a tiempo a la meta.
MONGOLIA, YA ESTAMOS AQUÍ
Finalmente, tras horas esperando, conseguimos entrar, fuimos los últimos, nos fue de muy poco. La primera parada, fue en medio de la nada, con un atardecer espectacular que dejó unos colores rosados y un sentimiento de felicidad inmenso. Recuerdo parar en medio de la «carretera» y empezar a saltar, nos hicimos muchas fotos de ese momento, queríamos plasmar esas emociones de por vida, pero debíamos continuar, por lo menos, hasta el primer pueblo, Ulgii. Llegamos muy de noche, y nos paramos en las primeras yurtas que vimos al entrar al pueblo. Un hombre majísimo, nos indicó que las alquilaba para huéspedes, así que decididos y felices por dormir en una yurta, hicimos ese sueño realidad.
Llenos de curiosidad, iniciamos una mini excursión desde Ulgii hacia zonas más remotas. Os aseguro que no teníamos ni idea de lo que estaba por llegar. Nos metimos por caminos indescriptibles y por caminos sin camino, así que no nos quedó otra que seguir nuestros mapas de papel, y confiar en nosotros mismos. Íbamos encontrando a gente que nos avanzaba con sus furgonetas rusas 4×4 por esas remotas tierras, y nos guiaban hacia el próximo pueblo, al cual llegamos a los tres días. Tres días en tierras de nadie, de naturaleza pura, de sencillez, de simplicidad, de vida nómada. Fue espectacular vivir esa experiencia. Por fin, llegados a Khovd, más que un pueblo, eran varias casas de adobe, algunas yurtas y por suerte una gasolinera. Repostamos y seguimos avanzando a través de la estepa, parando de vez en cuando a que pasara otro coche y poder seguirlo, porque no había un único camino, sino docenas, unos paralelos a otros, y así fuimos avanzando hacia el este.
Uno de los objetivos del país para los próximos años es la construcción de una carretera asfaltada, que cruce todo el país, pero todavía le faltaba tiempo. Fuimos viviendo lentamente, conociendo esa cultura milenaria de yaks, yurtas, caballos salvajes y nómadas. Mongolia es mayoritariamente budista, y por el país se pueden visitar diferentes templos y símbolos del budismo que te transportan a tiempos remotos. Recuerdo visitar un templo muy pequeño llamado Ovgon Khiid, situado en lo alto de una colina. No había nadie, llegamos después de varias horas caminando, junto a dos perros que se unieron a la excursión. Ese pequeño templo transmitía la magia de haber vivido muchas historias.
Antes de llegar a Ulan Bator, nos desviamos hasta los monasterios de Erdene Zuu, el más conocido del país, que además de conservarse en mu buen estado, es muy accesible por estar tan cerca de la capital.
Seguíamos acampando donde nos apetecía, en Mongolia, hay lugar para todos, pero es importante respetar la distancia entre las yurtas y tu tienda de campaña. Así que más que nunca, disfrutamos de los atardeceres, de la inmensidad y la libertad del país.
Finalmente, llegamos a Ulan Bator, la última parada antes de llegar a la meta. Ulan Bator es una ciudad de unos tres millones de personas, y como cualquier otra, llena de bares, restaurantes y tiendas, muy diferente al resto del país, donde tras deshacerse de la tutela china y más tarde del estalinismo, recuperaron la vida nómada y autosuficiente de sus ancestros.
Fue en Ulan Bator, donde conocimos a una persona extraordinaria, Jon. Jon, jubilado y con 68 años, era francés y vivía en un pueblo muy pequeño en el centro de Francia, donde tenía una casa y un huerto. Un amante de las cosas pequeñas y buenas de la vida, Jon aprendió a vivir solo tras la muerte de su mujer, con la que recorrieron medio mundo, eso fue un gran golpe para él, pero años más tarde decidió recuperar ese espíritu aventurero solo, así que cada año recorría algún país, con muy poco encima, eso le permitía disfrutar y aprender de las culturas más intensamente.
Fue a media mañana cuando emprendimos el camino hacia la meta. Solo nos separaban 400km, que tardamos 2 días enteros en completar, hasta en una ciudad llamada Ulan Ude, en el sudeste de Rusia, cerca del lago Baikal. Las primeras horas tras abandonar Ulan Bator fueron de nuevo algo estresantes por los caminos de tierra llenos de obstáculos. Era duro pensar que hasta el último días íbamos a sufrir por el coche. Pero poco a poco fue mejorando y recuerdo esa tarde muy divertida, recorriendo caminos de tierra hacia la salida de Mongolia. Se nos hacía tarde, así que decidimos acampar allí donde estábamos. Subimos con el coche a una colina para ver el atardecer, los colores nos hipnotizaban, no podía parar de hacer fotos a ese sol que se escondía por aquellas colinas.
Y ahí mismo acampamos. Esa fue nuestra última noche en Mongolia, nuestra última puesta de sol y al dia siguiente, nuestro último amanecer.
Al día siguiente, cruzamos a Rusia de nuevo y el cambio fue radical. Carreteras perfectamente asfaltadas y rectas infinitas nos darían la bienvenida a Ulan Ude pocas horas después.