El Mongol Rally. Capítulo 8: TAYIKISTÁN (II), LA CARRETERA DEL PAMIR
La llegada a Kalaikhum fue fabulosa en varios sentidos. Tras doce horas muy intensas sorteando acantilados, llegamos hasta los a 3.252 metros. Pasamos de un sol intenso, a lluvia y una pequeña nevada en el punto más alto hasta llegar finalmente al inicio o final de la ruta del Pamir, según el sentido en que se recorre.
Kalaikhum es un pequeño pueblo habitado a lado y lado del río, donde todos los alojamientos tienen grandes terrazas, y de forma inevitable se comparten historias de todo tipo. Hay quien la recorre en bici, en moto o en 4×4, hay quien descansa por haber llegado al final y se puede encontrar también a aquellos, quienes aún emocionados hacen todo tipo de preguntas a los más veteranos. Lo que es seguro es que nuestro fiat panda no pasó desapercibido.
Compartimos una cena y un desayuno con unos chicos muy especiales con un proyecto enorme llamado Eye to Eye project. Dos italianos que partieron de Roma hace más de un año en un tándem, siendo uno de ellos ciego. Su objetivo era promover el deporte, para gente con problemas oculares u otras capacidades haciendo charlas sobre su aventura en los colegios o asociaciones por allí donde pasaban. Tener la oportunidad de conocer gente así te pone en tu sitio en muchos aspectos.
La siguiente etapa a través de la carretera del Pamir nos llevaría una semana, la recorrimos junto a Josh y Luke. Las primeras horas volvieron a ser muy duras, la carretera no mejoraba y estábamos todavía algo nerviosos por el día anterior. Realmente pusimos al coche al límite, lo golpeamos continuamente con grandes piedras y agujeros que no había forma de evitar, así que en ese punto, recuerdo que nos paramos junto al río, y valoramos seriamente dar la vuelta y evitar la carretera del Pamir. En esos momentos es cuando la fuerza de un buen equipo se manifiesta. Ahí estaban ellos, venidos desde Nueva Zelanda para apoyarnos y animarnos a seguir. Y por suerte, eso hicimos.
El paisaje era fabuloso, grandes paredes de piedra adornaban ambos lados de la carretera, y por el medio bajaba el río Whakan. A lo largo de esa carretera, en la otra orilla, se veían aldeas afganas donde la vida cotidiana permanece inalterada desde hace siglos, y a diferencia de ellos, en la parte tayika, aunque la mayoría de tramos no están asfaltados, sí que se puede ver el tendido eléctrico.
Nuestro día empezaba muy pronto, antes del amanecer, para aprovechar las temperaturas más bajas de la mañana. A pesar de la altitud, ya que estábamos a más de 3000 metros, al mediodía el sol era insoportable y los carriles de tierra hacían que apenas pudiéramos bajar las ventanillas del coche. Los cuatro pensamos que era indispensable conducir menos, y cada día a las cuatro de la tarde buscábamos un lugar donde acampar, para así poder relajarnos, lavarnos en el río, preparar la cena y disfrutar de estar donde estábamos. Era el momento de compartir anécdotas, preocupaciones y conocernos más.
No nos cruzamos a apenas ningún otro participante pues la mayoría habían elegido la ruta norte, más rápida y en mejor estado, pero eso sí, mucho menos espectacular. Y es que la ruta sur, a medida que nos adentramos en el corredor del Wakhan, las montañas eran más altas, más imponentes y por primera vez sentimos más próximas las cordilleras nevadas. Nos recuerdan cuán ridículas puede ser las fronteras políticas frente a las geográficas.
Muchas veces nos han preguntado durante y después del Rally, si esa zona era segura. Nosotros partíamos en parte de la ignorancia y en parte de la inocencia de no conocer apenas la historia del lugar, pero durante los días previos y sobretodo en Kalaikhum, donde otros viajeros, que ya la habían recorrido podían orientarnos, nos acabaron de convencer. Los locales también nos explicaron cómo estaba la situación en la actualidad. En los años anteriores, esa zona había sido conflictiva, principalmente porque debido a la proximidad de las fronteras, por ahí se transportaba la cocaína proveniente de Afganistán, para después introducirse a los países vecinos de Asia Central y China. Así pues, los talibanes querían mantener esa zona bajo su control.
La situación cambió hace dos años cuando el presidente actual de Tayikistán, visitó la zona personalmente y la militarizó. Cada pocos kilómetros hay puestos militares, controles de pasaportes, bases militares… La carretera del Pamir es el único atractivo turístico de un país que lucha por salir de la pobreza y ningún turista vendría sino fuera segura.
Si que pasamos alguna noche algo tensa, una en particular. Nos desviamos de la carretera principal y subimos a lo alto de una colina, montamos las tiendas y empezamos a preparar la cena. Hacía tanto viento que tuvimos que seguir cocinando dentro del coche, porque la arena hacía imposible estar a la intemperie. Una vez anocheció veíamos en la colina en frente nuestro, en la parte afgana, varias linternas moviéndose, alejados de un poblado que se encontraba al lado. Nos daba la sensación de que se acercaban, aunque en realidad estaban bastante lejos. Nosotros apagamos nuestras linternas y nos quedamos sentados, en silencio, observando esas luces. Nadie hablaba pero todos estábamos en tensión. Yo me forzaba a pensar una y otra vez, que simplemente sería gente caminando o quizás volviendo a sus casas. Tras un buen rato, decidimos meternos en las tiendas para intentar dormir. Pero, a veces teníamos la sensación de que la tienda se iluminaba, como si alguien nos enfocara. El lugar era precioso, pero no dormimos demasiado esa noche, la verdad sea dicha.
Por delante, nos quedaban todavía varios días hasta Murghab, otro lugar clave de esta ruta. Igual que en los siglos anteriores, sigue siendo un lugar de intercambio, un lugar de descanso para aquellos que vienen y van, tanto hacia al este, la capital, como hacia el oeste, Kirguistán o China. Murghab es el lugar donde llenar los bidones de gasolina, comprar provisiones o poner el coche a punto para continuar. Lejos de ser una ciudad, las casas, las calles, su gente, sus montañas te trasladan al siglo XIX y no al XXI. Aquí el tiempo pasa a otro ritmo, mucho más lento, más pausado.
Nos alojamos en casa de unos locales, que por diez dólares alquilaban habitaciones con desayuno y cena. Necesitábamos descansar, estirarnos en un colchón, ducharnos, lavar algo de ropa, básicamente asearnos un poco antes de seguir. Una de esas noches, junto a Josh y Luke, empezamos sin saberlo, el que sería el segundo peor día de todo el rally.
Estábamos a tan sólo setenta kilómetros del Kulma Pass, un paso fronterizo con China. Hace algunos años, mientras vivía en China, ya había recorrido esa parte de la ruta de la seda, desde Xian hasta hasta la frontera con Pakistán y ver esa zona desde el otro lado me hacía especial ilusión, sobretodo porque al estar a 3.462m está totalmente rodeado de montañas de entre cinco y siete mil metros de altitud. Lo que calculamos que serían dos horas de ida y vuelta se convirtieron en siete horas conduciendo por fuera de la carretera, que estaba en mejor condiciones que la carretera. Al llegar, por fin, a la frontera, los militares ni siquiera nos dejaron acercarnos. Nosotros habíamos pensado hacernos un té en una de esas colinas y pasar un rato tranquilos, pero la realidad fue muy diferente. Apenas bajar del coche nos hicieron dar media vuelta y marcharnos. Vimos, China, desde lejos, ese fue nuestro mejor argumento, en un intento por consolarnos.
Al día siguiente, pusimos rumbo norte hacia Kirguistán. Josh y Luke se quedaron en Murghab porque su coche no arrancaba, y tras varias horas intentándolo, decidimos continuar, ya que nosotros íbamos bastante más lentos que ellos y nos alcanzarian pronto.
Nuestro panda era más robusto y fuerte de lo que jamás habíamos imaginado.
El paisaje continuó siendo hipnotizante. Pasamos por el lago Karakul y paramos a hacer un café en su orilla. Ese paisaje inmenso me llenaba por dentro y me hacía sentir pequeño por fuera. Continuamos subiendo hasta el punto más alto de todo el rally y la segunda carretera a más altitud del planeta, a 4.655 metros.
Pronto llegaríamos a la frontera del cuarto istán; Kirguistán.